Jesús es el Pontífice que está sentado a la diestra del trono de la Majestad de los cielos (Heb
8:1).
La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es una fiesta litúrgica de la Iglesia Católica que se
celebra el jueves siguiente a la Solemnidad del Pentecostés. La aprobación de esta fiesta fue
concedida por el papa Pío XI, por medio de la encíclica “Ad Catolici Sacerdotii” publicada el 24 de
diciembre de 1935, es en esa misma ocasión cuando la Sagrada Congregación de Ritos de la Iglesia
presenta un formulario de la misa en celebración a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Esta solemnidad se inspira de algunos textos del Nuevo Testamento, muy especialmente de las
Cartas a los Hebreos, en donde se afirma que es Jesús el único eterno sacerdote, “él ha cumplido
plenamente la antigua alianza, pues su culto es auténtico al consistir en la población de su
persona. Esa entrega oblativa, santifica a la Iglesia (Jn 17, 19 s.).
En los distintos escritos Sagrados del Nuevo Testamento de la Biblia encontramos declaraciones
en las cuales los discípulos del Señor le dan el título de sacerdote a Jesús, y resaltan su sacrificio,
su ministerio pascual en favor de los hombres y las enseñanzas que dejó para que todos
continuáramos construyendo el Reino de Dios en la tierra. “Cristo Jesús, siervo obediente, que por
su misterio pascual ha entrado en el cielo, lo ha hecho como sumo sacerdote para siempre, no a la
manera del sacerdocio levítico de Aarón, sino de Melquisedec (Hb 4, 14-5, 10; 6, 20).
“Y nadie se atribuye este honor, sino el que es llamado por Dios. De igual modo, Cristo no se
apropió la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que se la otorgó el que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te
he engendrado hoy” (Heb 5: 4-5).
Jesús, el gran Sumo Sacerdote
“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios,
retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos: 4, 14-16).
En Hebreos también se encuentran algunas de las obligaciones que debe cumplir el sacerdote
tomado de entre los hombres para poder servir a Dios y para poder guiar al rebaño; este debe ser
un mediador entre el hombre y el Señor, debe ser compresivo y saber entender las debilidades y
necesidades del hombre, debe ser misericordioso con los pecadores y brindarle fe y esperanza a
los desamparados y enfermos, deben seguir las enseñanzas de amor y fidelidad que les transmitió
Jesús a sus apóstoles, mismas enseñanzas que podemos leer en el Nuevo Testamento.
“Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres
en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad; y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo” (Hebreos: 5, 1-3).
Si quieres conocer otros artículos parecidos a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote puedes visitar la categoría Artículos.
Deja una respuesta
Contenido Relacionado