¿Qué es la Plegaria Eucarística?

LITURGIA
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La Plegaria Eucarística es la oración que realiza el sacerdote para la Consagración del Pan y el Vino en la eucaristía. Este canon, creado con las palabras pronunciadas por el mismo Cristo durante la Última Cena, es una oración que busca conmemorar el sacrificio hecho por el Señor, y dar gracias, también se ora al Padre para que envíe u Espíritu Santo y el poder de su bendición sobre el pan y el vino, siendo esta parte la epíclesis de la plegaria.

Esta plegaria se basa en los textos de las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento, los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas mencionan las palabras que Jesús pronunció en esta reunión con sus discípulos y amigos más cercanos.

“Y tomando la acopa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo convenio, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” Mt 26,27.   “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio; y bebieron de ella todos”, Mc 14,23.  “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” Lc 22, 19-20. 

Explicación teológica

El papa Benedicto XVI en su visita apostólica en 2008 a París, explicó que la consagración del pan y el vino fue instituida por el propio Jesús como signo de la renovación de la alianza con Dios, y para conmemorar la resurrección del Verbo Encarnado. “El pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo; el cáliz de acción de gracias que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo. Extraordinaria revelación que proviene de Cristo y que se nos ha transmitido por los Apóstoles y toda la Iglesia desde hace casi dos mil años: Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía en la noche del Jueves Santo. Quiso que su sacrificio fuera renovado de forma incruenta cada vez que un sacerdote repite las palabras de la consagración del pan y del vino. Desde hace veinte siglos, millones de veces, tanto en la capilla más humilde como en las más grandiosas basílicas y catedrales, el Señor resucitado se ha entregado a su pueblo, llegando a ser, según la famosa expresión de San Agustín, "más íntimo en nosotros que nuestra propia intimidad".  Este canon se remonta a la segunda mitad del siglo IV cuando se desarrolló la liturgia. 

Plegaria

V. El Señor esté con ustedes.

R. Y con tu espíritu.

V. Levantemos el corazón.

R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

R. Es justo y necesario.

Presbítero:

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu Hijo amado.

Por él, que es tu Palabra, hiciste todas las cosas; tú nos lo enviaste para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo y nacido de María, la Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor.

Él, en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la cruz, y así adquirió para ti un pueblo santo.

Por eso, con los ángeles y los santos,

Proclamamos tu gloria, diciendo:

(Es el momento para el canto del Santo)

El sacerdote, con las manos extendidas, dice:

Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor.

Él mismo, cuando iba a ser entregado a su pasión, voluntariamente aceptada, tomó el pan, dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

Tomen y coman todo de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes

Muestra el pan consagrado al pueblo, lo deposita luego sobre la patena y lo adora, haciendo genuflexión.

Después prosigue: Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dándote gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos, diciendo:

Tomen y beban todos de Él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía.

Muestra el cáliz al pueblo, lo deposita luego sobre el corporal y lo adora, haciendo genuflexión.

Prosigue:

Éste es el Misterio de nuestra fe, o, Éste es el Sacramento de nuestra fe.

R: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!

 Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice:

Así, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el Pan de Vida y el Cáliz de Salvación, y te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia.

Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y reunida aquí en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal; y con el Papa (se menciona el nombre de sacerdote que sea el representante de la Iglesia en el lugar), con nuestro Obispo, y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a su perfección por la caridad.

Posteriormente, se realizan las peticiones especiales de la misa.

Presbítero:

Acuérdate también de nuestros hermanos que se durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro.

Ten misericordia de todos nosotros, y así, con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas.

Toma la patena con el pan consagrado y el cáliz y, elevándolos, dice:

Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

R: Amén.

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