REFLEXION EN EL TERCER DOMINGO DE PASCUA -ciclo c-

El capítulo 21 del cuarto evangelio, es un tesoro escondido que, quizá, las comunidades llamadas joánicas lo descubrieron después de haber sido hecha la primera redacción de este evangelio y, con prudencia y sencillez, lo añadieron como un segundo final al texto. Yo lo veo como un regalo del Señor a toda su iglesia y un desafío que no deja de resonar hoy.


Por un lado, nos muestra una comunidad que, al parecer, ha retornado a sus tareas habituales; por el otro, el Señor Resucitado se hace presente en medio de esas tareas no imponiendo su divinidad y su humanidad resucitada, sino haciéndose, nuevamente, humilde servidor de los suyos. ¿Qué pudo motivar a los discípulos a retornar a Galilea, al trabajo de la pesca, a la rutina diaria? No lo sabremos sino en el cielo.

La narración parece mostrar una comunidad que busca cumplir con el mandato de retornar a Galilea, pero sin saber qué hacer para cumplir con la misión encomendada. Me parece ver la iglesia, de todos los tiempos, cuando se esfuerza en buscar, en lo cotidiano, hacer la voluntad del Señor, pero sus esfuerzos son, aparentemente, infructuosos; en nuestras comunidades parroquiales, religiosas, los movimientos de apostolado seglar, las diversas pastorales, nuestras propias familias, experimentamos con frecuencia la fatiga de no haber acertado en trasmitir la propuesta del evangelio; sentimos que estamos hablando en lenguaje, y de realidades, que a otros no parecen interesar.


El Señor, sin embargo, no nos abandona; los apóstoles que han retornado a la pesca renuevan su vocación de “pescadores de hombres”; Pedro nuevamente confiesa, desde su debilidad, su amor por el Señor y acepta, silenciosamente, el encargo de cuidar a sus hermanos. Nuestras noches evangelizadoras tendrán un nuevo amanecer y el Señor Resucitado, el Divino Servidor, siempre nos tendrá el desayuno preparado.


Siempre estaremos tentados en obedecer a los hombres antes que a Dios; los planes y proyectos, que a veces realizamos, son más un obedecer a la tendencia que vive el mundo, o a nuestras categorías religiosas, que no tienen nada que ver con el evangelio. Queremos éxitos y aplausos, reverencias y reconocimientos, títulos y honores, creyendo que esa es la pesca abundante dada por el Señor. La Palabra de Dios nos interroga hoy ¿A quién estoy obedeciendo? ¿A quién escucho? La invitación es escuchar a Dios antes que a los hombres; esa escucha es problemática porque nos lleva a romper con muchos esquemas. El Papa Francisco afirma que el amor cristiano es contracultural (Cf. Amoris Laetitia 111); obedecer a Dios implica ser contraculturales; no son los parámetros del éxito humano los que deben guiar nuestra acción evangelizadora; no son los fracasos, según el parecer humano, los que nos desanimen para dejar de anunciar el amor misericordioso de Dios. El Divino Servidor estará siempre presente, aunque nos cueste descubrir su presencia.
El texto del Apocalipsis leído hoy, nos habla del triunfo final de todas nuestras obras evangelizadoras; al final de la historia serán miles de millones quienes nos acompañarán en el Cántico triunfal del Cordero, Divino Servidor; la larga noche de la humanidad irá siendo vencida por la ternura del nuevo amanecer y nosotros estamos llamados a “adelantar la venida del Señor” (2 Pe 3,12). La Iglesia humilde y servidora que prepara la comida para sus hermanos fatigados, que ofrece calor, que no juzga y condena, que profesa su amor débil al Señor “que lo sabe todo”, es uno de los rostros que hoy vamos, silenciosamente, trasmitiendo a la humanidad.


Pbro. Cándido Contreras (Mayo, 2022)

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