La crónica menor
Cardenal Baltazaar Porras Cardozo
El tradicional discurso del Papa Francisco al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede nos ofrece un claro panorama de la compleja situación mundial, en la que pareciera que priva el conflicto sobre la sensatez del encuentro, único camino válido para que la paz y la justicia se enseñoree del planeta. Las consideraciones del Papa son aplicables también a las realidades concretas, más cercanas al escenario de la vida cotidiana de cada uno de nuestros pueblos. “Hoy está en curso la tercera guerra mundial de un mundo globalizado, en el que los conflictos parecen afectar directamente sólo a algunas áreas del planeta, pero que implican sustancialmente a todos”. Se nos invita a celebrar los sesenta años de la publicación de la Encíclica Pacem in terris, de San Juan XXIII, en el ambiente que parecía inminente de una conflagración mundial. Su mensaje llegó a tiempo. “En un tiempo de tanto conflicto, no podemos eludir la pregunta sobre cómo se puedan restaurar los hilos de la paz. ¿Por dónde comenzar?”. Los cuatro biernes fundamentales para que la paz sea posible son la verdad, la justicia, la solidaridad. La libertad. “Estos son los pilares que regulan las relaciones tanto entre los individuos como entre las comunidades políticas”.
“Construir la paz en la verdad significa en primer lugar respetar a la persona humana, con su derecho a la existencia, a la integridad corporal y garantizarle la posibilidad de buscar la verdad libremente y manifestar y difundir sus opiniones”. La paz exige que se defienda la vida, pues nadie puede arrogarse el derecha sobre la vida de otro ser humano. Los miedos que se alimentan de la ignorancia y los prejuicios degeneran fácilmente en conflictos. Su antídoto es la educación.
Construir la paz, en segundo lugar, exige que se busque la justicia. Se puede hacer mucho bien juntos. Es necesario volver al diálogo, a la escucha mutua y a la negociación, favoreciendo las responsabilidades compartidas y la cooperación en la búsqueda del bien común, bajo el signo de esa responsabilidad que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un destino común.
Por último, construir la paz exige que no haya lugar para la lesión de la libertad, de la integridad y de la seguridad de los demás. Esto es posible si no prevalece la cultura del abuso y la agresión, que lleva a mirar al prójimo como a un enemigo al que combatir más que a un hermano al que acoger y abrazar. Es preocupante el debilitamiento de la democracia y de la posibilidad de libertad que esta consiente.
La polarización y la descalificación sistemática del otro no ahudan a resolver los problemas urgentes de los ciudadanos. En el espejo de esta realidad, este año si se convierte en un pugilato para que triunfe el más fuerte estaremos haciendo un flaco servicio al progreso integral, a la paz y la convivencia, único camino que hará posible el bienestar general que todos anhelamos.
3.- 19-1-23 (2984)
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