FELICES LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ

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Por el Padre Ovidio Puentes

Mt 5,9

Naturalmente se habla de paz para hacer referencia al estado de ánimo de las personas. Y en ocasiones, se considera necesario inmiscuirlo dentro de un discurso, pues sabemos que el hombre está hábido de paz, y decirlo resulta muy diciente, incluso, conmovedor. En tal sentido, queda claro que todo el mundo habla de paz, pero quién vive y procura realmente la paz.

Decir Paz

Decir paz, es decir no a la guerra. Pues la guerra trae dolor, sufrimiento, penumbra, miseria; y lo que es peor, siembra odio en los corazones humanos. Decir paz, es decir alianza, concordia, bienestar, progreso, esperanza; y lo que es mejor, fecunda el amor como principio vital de toda sociedad. Sólo los que temen a Dios evitan la guerra. Pues el respeto por Él, supone el respeto por el hombre y su dignidad.

La tarea de la paz

Trabajar por la paz no es una tarea vinculada exclusivamente a la religión, es una tarea que debe involucrar a todos los hombres de buena voluntad. Basta con tener conciencia de ser persona, para engendrar la sensibilidad necesaria, por la cual es posible sopesar el dolor inferido en el semejante. La paz ha de convertirse en una forma de vida, y no reducirla a una idea, que muchas veces parece irrealizable.

Ser promotores de paz, exige necesariamente de los seres humanos, la capacidad de perdón y entendimiento. Pues son los intereses egoístas los que nos llevan a actuar desenfrenadamente contra la vida de tantos inocentes. Es injusto que una mayoría frágil y vulnerable, resulte víctima de una masacre, producto de la incapacidad de diálogo, entre quienes tienes en sus manos, la gran tarea de defender la soberanía y la integridad de toda una nación.

La guerra como solución

Sin importar, cual sea el motivo, cabe resaltar que la idea de guerra como herramienta de solución, es injustificable. A fin de cuentas, no tiene nombre, el hecho de querer exigir justicia, a costa de tantas vidas que desconocen, incluso, la raíz de tales problemas.

Es un error irreparable, disponer de vidas humanas para saldar deudas que pueden solventarse, dentro de un clima de paz y fraternidad universal. A todo le podemos poner precio, pero jamás a la vida.  La vida es un don innegociable.

Si bien es cierto, la paz refiere la victoria frente al enemigo. Pero eso no significa que la crueldad y el oprobio, sean el camino correcto para dicho fin. Es una animalia, querer librar la batalla a fuerza de terror, cuando se supone, somos seres racionales, capaces de comprender, analizar, e idear los senderos que conllevan al común acuerdo, sin menester de atentar contra el otro, quien al final, es mi hermano. Cómo pretender exigir justicia, cuando de fondo sé es injusto. ¿O acaso es justo aniquilar vidas, para querer resolver un problema?

Decir entonces, felices los que trabajan por la paz, es decir, bienaventurados los que saben amar. Por consiguiente, desdichados los que procuran la guerra; directa o indirectamente, pues favorecer tales procesos, es ponerse de parte del dolor y la miseria. Los que así proceden, no son dignos de confiar, pues en su corazón reina el odio y el deseo de venganza. Finalmente decir que, los buenos somos más. Por tanto, digamos juntos, paz en la tierra y dicha en los corazones de aquellos que aman al Señor.

                                                                                  Pbro. Eudes Puentes

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