Palabras del Cardenal Baltazar Porras al Pueblo Merideño

A MIS QUERIDOS MERIDEÑOS

Cardenal Baltazar Enrique Porras Cardozo


Acabo de recibir comunicación de la Nunciatura Apostólica en la que se me participa que
el Papa Francisco me ha nombrado Arzobispo Metropolitano de Caracas, hoy 17 de enero
de 2023. “Ese mismo día, al quedarse vacante la Arquidiócesis de Mérida, S.E. Mons.
Helizandro Terán Bermúdez, OSA, le sucederá inmediatamente como Arzobispo,
asumiendo automáticamente el gobierno pastoral de aquella sede Metropolitana (ex can.
409, 1 del CIC)” reza el Comunicado.


El 10 de octubre de 2019, al cumplir los 75 años de edad, puse mi carta de renuncia al
Santo Padre a tenor de las disposiciones canónicas. Su bondad prolongó hasta hoy mi
permanencia al frente de la Arquidiócesis de Mérida, y ahora ha dispuesto el relevo para
que me encargue como Arzobispo de la sede de Caracas de la que he venido
desempeñándome como Administrador Apostólico. Las palabras que siguen no quieren
ser sino un primer saludo de adiós que brota del corazón y, sobre todo, una oración
compartida con todos ustedes.


Doy ante todo gracias a Dios por haberme concedido la gracia de ejercer el ministerio
episcopal con y para ustedes por casi cuarenta años, ocho como obispo auxiliar, y el resto
como arzobispo. Mérida ha sido una escuela en la que he aprendido mucho y donde he
encontrado una acogida fraterna y cordial, producto, en gran parte, de la rica y recia
espiritualidad cristiana de los moradores de las montañas andinas.


Gracias a Mons. Miguel Antonio Salas, mi predecesor, mentor, maestro de vida y de fe,
con quien y de quien aprendí a ser obispo, es decir, testigo y servidor.


Gracias a mis Obispos auxiliares, al clero merideño, a los diáconos permanentes, a las
religiosas, que durante mi permanencia han sido el soporte de la acción mancomunada de
hacer presente el Evangelio, compartiendo tantas iniciativas en la ciudad y en el campo,
en la formación permanente, en la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza, teniendo
como primera preocupación a los más pequeños y excluidos.


Gracias al laicado merideño en sus movimientos apostólicos, cofradías y sociedades; a
agentes pastorales, los miles de catequistas, y a todos los colaboradores de la
evangelización directa y de la promoción humana integral.


Gracias a la Universidad de los Andes, de la que recibí cordial acogida, en proyectos
comunes por el bien de nuestra gente, en los distintos convenios con sus autoridades
rectorales, facultades y otras instancias anexas, cuyos frutos están a la vista. Ha sido una
experiencia de mutuo respeto y autonomía, de confrontación enriquecedora de
pensamiento, teniendo como norte la defensa de la vida plena, la promoción cultural
integral y el cuido de la casa común.

Gracias a las autoridades y funcionarios de los poderes públicos y de seguridad ciudadana,
a las instituciones civiles de servicio, públicas y privadas, a la Academia de Mérida, a la
Tertulia de los Martes, a los organismos empresariales, gremiales, sindicales, económicos
y sociales, a los medios de comunicación social, por su compromiso con los Derechos
Humanos y la promoción del Bien Común.


Gracias a todo el personal que a lo largo de cuatro décadas han sido mis manos derechas,
acogiendo tantas iniciativas de la Curia Arzobispal, con fervor y cariño, con competencia y
creatividad. Mención especial me merece el trabajo realizado en el campo de la
evangelización de la cultura, a través del Archivo Arquidiocesano y el Museo
Arquidiocesano, piezas claves en la producción de ingentes trabajos para conocer y
valorar mejor la identidad cultural y religiosa de la región.


Gracias a la juventud merideña en las muchas expresiones de vida. Siempre inquietos y
creativos, abiertos a recibir y a dar. Un recuerdo muy particular al Seminario San
Buenaventura, a los miles de servidores del altar, mis queridos monaguillos, protagonistas
de páginas hermosas de servicio, dentro y fuera del altar.


Gracias muy en particular a los hombres y mujeres del Pueblo de Dios que peregrina en
esa Iglesia particular, que encarnan la vida de los pueblos y ciudades, del campo y de las
aldeas, en los que el trabajo tesonero de sus gentes para extraer los frutos del campo ha
estado siempre acompañado por la fe compartida y la generosidad para atender a los
necesitados.


No me resta sino darles un abrazo muy grande a todos los que me abrieron las puertas de
su amistad y la abundancia de su saber y virtud. Un abrazo a quienes nos hayan separado
puntos de vista divergentes. Como nos dice San Ignacio de Antioquía “el que profesa la fe
no peca, y el que posee la caridad no odia”. A todos los considero mis hermanos.
Pido sinceramente perdón a quienes haya podido ofender o escandalizar. No me siento
superior ni mejor que nadie. He intentado acercarme a todos, a los de la “acera de
enfrente” y a “los de casa”. En actitud de caminar juntos, sin privilegios. Como San
Agustín, para ustedes he sido el obispo, con ustedes soy el cristiano, aquél es el oficio,
éste la gracia. No olvidemos, estemos sanamente orgullosos de lo que nos dijo el Papa San
Juan Pablo II cuando visitó Mérida: los Andes son la reserva espiritual de la nación. Beber
de esa fuente alimenta el alma y reconforta el espíritu.


Espero tener la oportunidad de abrazar a tanta gente que me ha enseñado tanto y a
quienes no puedo ofrecerles sino la seguridad de mi oración y afecto.
Que la Virgen Inmaculada, San Benito, San Isidro, el beato José Gregorio Hernández
bendigan a la centenaria arquidiócesis de Mérida, puesta en lo alto para derramar sus
luces y virtudes. Se cierra un ciclo apasionante de casi medio siglo con el sello del Siervo
de Dios Miguel Antonio Salas y el pequeño aporte de quien escribe estas letras. Se abre un nuevo tiempo preñado de grandes esperanzas, que sabrá multiplicar los dones recibidos y amasados durante más de dos siglos y medio en las almas, los corazones y las mentes de hombres y mujeres del pueblo, de la mano de los prelados que, desde Fray Juan Ramos de Lora hasta nuestros días, se sembraron en el surco fecundo de estas montañas. Dios los bendiga y también recen por mí y mis nuevas tareas como testigo del Evangelio y servidor de nuestros hermanos.

A MIS HERMANOS Y AMIGOS DE LA GREY CARAQUEÑA

Cardenal Baltazar Enrique Porras Cardozo


Un saludo fraterno, queridos caraqueños, en este 17 de enero de 2023, en el que el Papa
Francisco me elige como Arzobispo Metropolitano de Caracas. No me siento extraño, pues
nacido y criado en el corazón de la ciudad capital, me ha tocado en los últimos cuatro años
y medio estar al frente como Administrador Apostólico.
Qué le añade el cambio de título, sino un compromiso mayor y permanente de servicio a
esta polifacética ciudad, capital de la república, y centro de irradiación en todos los
órdenes para el bien de la nación. Seguir el ejemplo que Caracas dio, es más que una
estrofa del himno nacional. Está a la vista que desde el centro vital del país se señala un
camino que quiere ser de fraternidad y de bien, de justicia, de libertad, de paz, de
progreso para irradiar valores trascendentes que nos hagan más y mejores personas para
bien de todos.
Comienza un año difícil marcado por la crisis mundial, regional y local que nos llama a la
superación de la realidad lacerante que nos paraliza para pasar de la lamentación a la
acción liberadora. No nos dejemos robar la esperanza. Necesitamos preguntarnos qué
podemos lhacer, cuanto más puedo aportar, en qué ámbitos podemos psar del yo al
nosotros, elevando y multiplicando el bien que producimos. No basta hacer el bien hay
que hacerlo bien.
Desde la especificidad de nuestro ser cristiano, como Iglesia, tenemos que ser
constructores de esperanzas, de iniciativas innovadoras para que la fraternidad, la
amabilidad, el servicio y respeto a los demás, nos lleve por derroteros de progreso
material y espiritual. Los signos de los tiempos son un reto para impregnarlos del amor
pleno que nos da el seguimiento a Jesús, su evangelio y sus exigencias. Es un camino que
debemos recorrer juntos para que el gozo sea pleno y sintamos el sano orgullo de ser
creyentes, discípulos y misioneros del bien.
Que el Nazareno de San Pablo, las ricas devociones marianas caraqueñas y la experiencia
acumulada en el servicio al prójimo, al más necesitado, nos mueva a ser mejores. Que el
Señor nos bendiga.

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