- Oración Colecta
- Liturgia de la Palabra
- MONICIÓN A LA LITURGIA DE LA PALABRA
- Lectura del profeta Isaías
- Salmo responsorial (Sal 30)
- Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan Evangelio: Jn 18,1-19,42.
- Oración universal
- I. Por la santa Iglesia
- II. Por el Papa
- VIII. Por los que no creen en Dios
- Adoración de la Santa Cruz Segunda parte
- Primera forma de mostrar la santa Cruz
- Segunda forma de mostrar la santa Cruz
- Invitatorio al presentar la santa Cruz
- La colecta para los lugares santos
- Sagrada comunión
- Oración después de la comunión
- Oración sobre el pueblo
Color litúrgico: Rojo.
El día de hoy y el de mañana, por una antiquísima tradición, la Iglesia omite por completo la celebración del sacrificio eucarístico. El altar debe estar desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros y sin manteles. Después del mediodía, alrededor de las tres de la tarde, a no ser que por razón pastoral se elija una hora más avanzada, se celebra la Pasión del Señor, que consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Sagrada Comunión. En este día la sagrada comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor; pero a los enfermos que no puedan tomar parte en esta celebración, se les puede llevar a cualquier hora del día. El sacerdote y el diácono, revestidos de color rojo, como para la misa, se dirigen al altar, y hecha la debida reverencia, se postran rostro en tierra o, si se juzga mejor, se arrodillan, y todos oran en silencio durante algún espacio de tiempo. Después el sacerdote, con los ministros, se dirige a la sede, donde, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas dice la siguiente oración:
(No se dice “Oremos”)
Oración Colecta
Padre nuestro misericordioso, santifica y protege siempre a esta familia tuya, por cuya salvación derramó su Sangre y resucitó glorioso Jesucristo, tu Hijo. El cual vive y reina por los siglos de los siglos. R Amén.
Primera parte
Liturgia de la Palabra
MONICIÓN A LA LITURGIA DE LA PALABRA
En Cristo crucificado y ensangrentado se presentan los dolores y sufrimientos de toda la humanidad. Su pasión nos enseña a vivir los sufrimientos sin huir de nuestra misión y realidad, y con su muerte quedan purificados todos nuestros pecados. Con recogimiento escuchemos en la Palabra el gran sacrificio de amor que presenta el madero de la cruz.
1ª Lectura: Isaías 52,13 -53, 12
Lectura del profeta Isaías
Miren, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos: ante El los reyes cerrarán la boca, al ver algo que no se puede narrar y contemplar algo insólito. ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. ¿Quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malhechores; porque murió con los malvados, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se saciará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes, con los poderosos tendrá parte en los despojos; porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores. Palabra de Dios.
Salmo responsorial (Sal 30)
R Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
L A ti, Señor, me acojo:no quede yo nunca defraudado; tú que eres justo, ponme a salvo.A tus manos encomiendo mi espíritu:tú, el Dios leal, me librarás. /R
L Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle y escapan de mí. Me han olvidado como a un muerto,me han desechado como a un cacharro inútil. /R
L Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.» En tu mano están mis azares; líbrame de los enemigos que me persiguen. /R
L Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. Sean fuertes y valientes de corazón, los que esperan en el Señor. /R
Lectura de la carta a los Hebreos 2ª Lectura (Hb 4,14-16; 5,7-9).
Hermanos: Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús el Hijo de Dios-. Mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna. Palabra de Dios.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan Evangelio: Jn 18,1-19,42.
C. En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linterna antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo: †: ¿A quién buscan? C: Le contestaron: S: A Jesús, el nazareno. C: Les dijo Jesús: †: Yo soy. C: Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: †: ¿A quién buscan? C: Ellos dijeron: S: A Jesús, el nazareno. C: Jesús contestó: †: Les he dicho que yo soy. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan. C: Así se cumplió lo que Jesús habla dicho: ‘No he perdido a ninguno de los que me diste’. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:†: Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?
C: El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’. Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: S: ¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre? C: Él dijo: S: No lo soy.
C: Los criados y los guardias habían encendido una hoguera, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: †: Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho. C: Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús diciéndole: S: ¿Así contestas al sumo sacerdote?
C: Jesús le respondió: †: Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he ha- blado como se debe, ¿por qué me pegas? C: Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: S: ¿No eres tú también uno de sus discípulos? C: Él lo negó diciendo: S: No lo soy. C: Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: S:
¿Cómo, no te vi yo con él en el huerto? C: Pedro volvió a negarlo y enseguida canto un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana; ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua. Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo:
S: ¿De qué acusan a este hombre? C: Le contestaron: S: Si éste no fuera un malhechor, no lo hubiéramos traído. C: Pilato les dijo: S: Pues llévenselo y júzguenlo según su ley. C: Los judíos le respondieron: S: No estamos autorizados para dar muerte a nadie. C: Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: S: ¿Eres tú el rey de los judíos? C: Jesús le contestó: †: ¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros? C: Pilato le respondió: S: ¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?
C: Jesús le contestó: †: Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que yo no cayera en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí. C: Pilato le dijo: S: ¿Conque tú eres rey? C: Jesús le contestó: †: Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. C: Pilato le dijo: S: Y ¿qué es la verdad? C: Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: S: No encuentro en Él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que le suelte al rey de los judíos? C: Pero todos ellos gritaron: S: ¡No, a ése no! ¡A Barrabás!
C: El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a Él, le decían: S: ¡Viva el rey de los judíos! C: Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: S: Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en Él ninguna culpa. C: Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo S : Aquí está el hombre. C: Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron: S: ¡Crucifícalo, crucifícalo! C: Pilato les dijo: S: Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro en Él ninguna culpa. C: Los judíos le contestaron: S: Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.
C: Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: S: ¿De dónde eres tú? C: Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: S:
¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte? C: Jesús le contestó: †: No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor. C: Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: S: ¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César! C: Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman el Enlosado (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: S: Aquí tienen a su rey. C: Ellos gritaron: S: ¡Fuera, fuera!, ¡Crucifícalo! C: Pilato les dijo: S: ¿A su rey voy a crucificar?
C: Contestaron los sumos sacerdotes: S: No tenemos más rey que el César. C: Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús y Él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado la Calavera (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero yponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: S: No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Soy rey de los judíos’ C: Pilato les contestó: S: Lo escrito, escrito está.
C: Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: S: No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca. C: Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: †: Mujer, ahí tienes a tu hijo. C: Luego dijo al discípulo: †: Ahí tienes a tu madre. C: Y desde entonces el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: †: Tengo sed. C: Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: †: Todo está cumplido.
C: E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
(Todos se arrodillan y hacen un momento de adoración en silencio)
C: Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con Él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua. El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebraran ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero de oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús y Pilato se lo concedió. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unos cincuenta kilos de una mezcla de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. Palabra del Señor.
Oración universal
La Liturgia de la Palabra se termina con la Oración Universal, que se hace de esta manera: el diácono, junto al ambón, dice el invitatorio, en el cual se expresa la intención. Enseguida oran todos en silencio durante un breve espacio de tiempo y luego el sacerdote, de pie junto a la sede o ante el altar, dice la oración con las manos extendidas. Los fieles pueden permanecer arrodillados o de pie durante todo el tiempo de las oraciones. Cuando hay una grave necesidad pública, el Ordinario del lugar puede permitir o prescribir que se añada alguna intención especial.
I. Por la santa Iglesia
Oremos, hermanos, por la santa Iglesia de Dios, para que el Señor le conceda la paz y la unidad, la proteja en todo el mundo y nos conceda una vida serena, para alabar a Dios Padre todopoderoso.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo revelaste tu gloria a todas las naciones, conserva la obra de tu amor, para que tu Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
II. Por el Papa
Oremos también por nuestro santo Padre el Papa Francisco, para que Dios nuestro Señor, que lo eligió entre los obispos, lo asista y proteja para bien de su Iglesia, como guía y pastor del pueblo santo de Dios.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, cuya providencia gobierna todas las cosas, atiende a nuestras súplicas y protege con tu amor al Papa que nos has elegido, para que el pueblo cristiano, confiado por ti a su guía pastoral, progrese siempre en la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
III. Por el pueblo de Dios y sus ministros
Oremos también por nuestro obispo N., por todos los obispos, presbíteros, diáconos, por todos los que ejercen algún ministerio en la Iglesia y por todo el pueblo de Dios.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu santificas y gobiernas a toda tu Iglesia, escucha nuestras súplicas y concédenos tu gracia, para que todos, según nuestra vocación, podamos servirte con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
IV. Por los catecúmenos
Oremos también por los (nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor los ilumine interiormente y les comunique su amor; y para que, mediante el bautismo, se les perdonen todos sus pecados y queden incorporados a Cristo nuestro Señor.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que sin cesar concedes nuevos hijos a tu Iglesia, aumenta en los (nuestros) catecúmenos el conocimiento de su fe, para que puedan renacer por el bautismo a la vida nueva de tus hijos de adopción. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
V. Por la unidad de los cristianos
Oremos también por todos los hermanos que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor les conceda vivir sinceramente lo que profesan y se digne reunirlos para siempre en un solo rebaño, bajo un solo pastor.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, tú que reúnes a los que están dispersos y los mantienes en la unidad, mira con amor a todos los cristianos, a fin de que, cuantos están consagrados por un solo bautismo, formen una sola familia, unida por el amor y la integridad de la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
VI. Por los judíos
Oremos también por el pueblo judío, al que Dios se dignó hablar por medio de los profetas, para que el Señor le conceda progresar continuamente en el amor a su nombre y en la fidelidad a su alianza.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que prometiste llenar de bendiciones a Abraham y a su descendencia, escucha las súplicas de tu Iglesia, y concede al pueblo de la primitiva alianza alcanzar la plenitud de la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
VII. Por los que no creen en Cristo
Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, puedan encontrar el camino de la salvación.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo buscar sinceramente agradarte, para que encuentren la verdad; y a nosotros tus fieles, concédenos progresar en el amor fraterno y en el deseo de conocerte más, para dar al mundo un testimonio creíble de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
VIII. Por los que no creen en Dios
Oremos también por los que no conocen a Dios, para que obren siempre con bondad y rectitud y puedan llegar así a conocer a Dios.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que has hecho a los hombres en tal forma que en todo, aún sin saberlo, te busquen y sólo al encontrarte hallen descanso, concédenos que, en medio de las adversidades de este mundo, todos reconozcan las señales de tu amor y, estimulados por el testimonio de nuestra vida, tengan por fin la alegría de creer en ti, único Dios verdadero y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
IX. Por los gobernantes
Oremos también por los jefes de Estado y todos los responsables de los asuntos públicos, para que Dios nuestro Señor les inspire decisiones que promuevan el bien común, en un ambiente de paz y libertad.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, en cuya mano está mover el corazón de los hombres y defender los derechos de los pueblos, mira con bondad a nuestros gobernantes, para que, con tu ayuda, promuevan una paz duradera, un auténtico progreso social y una verdadera libertad religiosa. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
X. Por los que se encuentran en alguna tribulación
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de todas sus miserias, dé salud a los enfermos y pan a los que tienen hambre, libere a los encarcelados y haga justicia a los oprimidos, conceda seguridad a los que viajan, un pronto retorno a los que se encuentran lejos del hogar y la vida eterna a los moribundos.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fortaleza de los que sufren, escucha a los que te invocan en su tribulación, para que experimenten todos la alegría de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
Adoración de la Santa Cruz Segunda parte
Terminada la oración universal, se hace la adoración solemne de la santa Cruz. De las dos formas que se proponen a continuación para el descubrimiento de la cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada pastoralmente, de acuerdo con las circunstancias.
Primera forma de mostrar la santa Cruz
Se lleva al altar la cruz, cubierta con un velo y acompañada por dos acólitos con velas encendidas. El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la cruz, descubre un poco su extremo superior, la eleva y comienza a cantar el invitatorio Mirad el árbol de la Cruz, cuyo canto prosigue juntamente con los ministros sagrados, o, si es necesario, con el coro. Todos responden: Venid y adoremos. Terminado el canto, todos se arrodillan y adoran en silencio, durante algunos instantes, la cruz que el sacerdote, de pie, mantiene en alto. Enseguida el sacerdote descubre el brazo derecho de la cruz y, elevándola de nuevo, comienza a cantar (en el mismo tono que antes) el invitatorio Mirad el árbol de la Cruz, y se prosigue como la primera vez. Finalmente descubre por completo la cruz y, volviéndola a elevar, comienza por tercera vez el invitatorio Mirad el árbol de la Cruz, etc., como la primera vez. Enseguida, acompañado por dos acólitos con velas encendidas, el sacerdote lleva la cruz a la entrada del presbiterio o a otro sitio adecuado y la coloca ahí, o la entrega a los ministros o acólitos para que la sostengan, y se colocan las dos velas encendidas a los lados de la cruz. Se hace luego la adoración de la santa Cruz como se indica más abajo.
Segunda forma de mostrar la santa Cruz
El sacerdote, el diácono y otro ministro idóneo, va a la puerta del templo juntamente con los acólitos. Ahí recibe la cruz ya descubierta. Los acólitos toman los ciriales encendidos, y todos avanzan en forma de procesión hacia el presbiterio a través del templo. Cerca de la puerta del templo, el que lleva la cruz la levanta y canta el invitatorio Mirad el árbol de la Cruz. Todos responden Venid y adoremos y se arrodillan después de la respuesta, adorando un momento en silencio. Esto mismo se repite a la mitad de la iglesia y a la entrada del presbiterio (El invitatorio se canta las tres veces en el mismo tono).Enseguida se coloca la cruz a la entrada del presbiterio y se ponen a sus lados los ciriales.
Invitatorio al presentar la santa Cruz
Adoración de la santa Cruz
R Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavado Cristo el Salvador del mundo.
R Venid y adoremos.
El sacerdote, el clero y los fieles se acercan procesionalmente y adoran la cruz, haciendo delante de ella una genuflexión simple o algún otro signo de veneración (como el de besarla), según la costumbre de la región. Mientras tanto, se canta la antífona Tu Cruz adoramos, los Improperios, u otros cánticos apropiados. Todos, conforme van terminando de adorar la cruz, regresan a su lugar y se sientan. Expóngase solamente una cruz a la adoración de los fieles. Si por el gran número de asistentes no todos pudieren acercarse, el sacerdote, después de que una parte de los fieles haya hecho la adoración, toma la cruz y, de pie ante el altar, invita a todo el pueblo, con breves palabras, a adorar la santa cruz. Luego la levanta en alto por un momento, para que los fieles la adoren en silencio. Terminada la adoración, la cruz es llevada al altar y puesta en su lugar. Los ciriales encendidos son colocados a los lados del altar o junto a la cruz.
La colecta para los lugares santos
La Sagrada Congregación de la Iglesia Oriental, que coordina la solicitud pastoral de la Iglesia Católica a favor de toda la comunidad cristiana de Tierra Santa, recuerda cada año la importancia vital de la jornada del Viernes Santo para la supervivencia del cristianismo en el país de Jesús. La colecta por los Santos Lugares, no va dirigida principalmente a sostener los santuarios, que recuerdan el paso histórico de Jesús, sino el sostenimiento de la comunidad cristiana que, por la dramática situación actual, se encuentran en estado de marginación y cuya supervivencia depende de la solidaridad del mundo cristiano. Esta colecta se realiza, mientras se hace el gesto de adoración de la Santa Cruz.
Tercera Parte
Sagrada comunión
Se extiende un mantel sobre el altar y se pone sobre él un corporal y el libro. Enseguida el diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, trae el Santísimo Sacramento del lugar del depósito directamente al altar, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos acólitos, con candelabros encendidos, acompañan al Santísimo Sacramento y depositan luego los candelabros a los lados del altar o sobre él. Después de que el diácono ha depositado el Santísimo Sacramento sobre el altar y ha descubierto el copón, se acerca al sacerdote y, previa genuflexión, sube al altar. Ahí teniendo las manos juntas, dice con voz clara:
Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
El sacerdote, con las manos extendidas, dice junto con el pueblo:
Padre nuestro, que estás en el cielo…
El sacerdote, sigue con las oraciones:
Líbranos de todos los males, Señor…
El pueblo concluye la oración, aclamando:
Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.
Hoy no se hace el gesto de la paz. Seguidamente hace genuflexión, toma una partícula, la mantiene un poco elevada sobre el pixis y dice en voz alta, de cara al pueblo:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade una sola vez:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Luego, comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo. Después distribuye la comunión a los fieles. Durante la comunión se pueden entonar cantos apropiados. Acabada la comunión, un ministro idóneo lleva el pixis a algún lugar especialmente preparado fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, lo reserva en el sagrario. Después el sacerdote, guardando, si lo cree oportuno un breve silencio, dice la siguiente oración:
Oración después de la comunión
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno, que nos has redimido con la gloriosa muerte y resurrección de Jesucristo, por medio de nuestra participación en este sacramento prosigue en nosotros la obra de tu amor y ayúdanos a vivir entregados siempre a tu servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
Como despedida, el sacerdote, de pie y vuelto hacia el pueblo, extendiendo las manos sobre él dice la siguiente oración:
Oración sobre el pueblo
Envía Señor, tu bendición sobre estos fieles tuyos que han conmemorado la muerte de tu Hijo y esperan resucitar con él; concédeles tu perdón y tu consuelo, fortalece su fe y condúcelos a su eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. R Amén.
Y todos se retiran en silencio. A su debido tiempo se desnuda el altar.
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