CINCUENTENARIO DE MONS. ANDRÉ DUPUY

La crónica menor

Cardenal Baltazar Porras Cardozo


Gratos recuerdos dejó en Venezuela, Mons. André Dupuy, diplomático vaticano quien se
inició en esa carrera, como secretario de la nunciatura de Caracas en 1974
. Un cuarto de
siglo más tarde regresó como nuncio (2000-2005), en momentos complejos de las
relaciones iglesia-estado en nuestra patria.

Tuve la dicha de compartir con él, en mi condición de presidente de la Conferencia Episcopal, las situaciones que exigían claridad, tesón, amor a la Iglesia y respeto a las autoridades, a pesar de los ataques y sinsabores a los que fuimos sometidos.

El nuncio Dupuy, único francés que ha ejercido ese cargo entre nosotros, nació en la
misma tierra de San Vicente de Paúl, cerca de Dax, en Las Landas, el 13 de febrero de 1940, capital del obispado donde cursó parte de sus estudios eclesiásticos y donde recibió tanto la ordenación sacerdotal, el 8 de julio de 1972, y la ordenación episcopal como arzobispo y nuncio el 6 de junio de 1993, de manos del entonces Secretario de Estado, Cardenal Angelo Sodano.


Se está cumpliendo el medio siglo de vida sacerdotal que lo celebró en la intimidad
familiar en su tierra natal, dando gracias a Dios por el don de la vocación a la que ha sido
fiel servidor durante toda su vida. Él me escribió “tuve la suerte de celebrar mi jubileo de
oro en mi pueblo, sin trompetas ni redobles de tambores”. Ahí se retrata en la sencillez de
su vida, en la que no ha tenido otro norte sino servir, a la verdad, a su conciencia, a la Iglesia.


Su vasta experiencia diplomática, primero como secretario en las nunciaturas de
Venezuela, Tanzania, Holanda, Líbano, Irán, Irlanda y en la misión permanente ante la
ONU (1991-1993), antes de ser nombrado nuncio en Ghana, Benin y Togo (1993-1999),
para venir luego a nuestra tierra (2000-2005) y de aquí a la Nunciatura ante la Comunidad
Europea con sede en Bruselas y primer nuncio de Mónaco (2005-2011), hasta su último
nombramiento como nuncio en los Países Bajos (2011-2015), pasando a retiro por razón
de edad, para convertirse en capellán en el Santuario de Lourdes, donde ejerce el
ministerio sacerdotal.

Cada domingo tiene a su cargo la homilía en la Gruta de la Virgen, verdadera pieza para la meditación por su unción y profundidad pastoral en las que hace gala de su erudición y sensibilidad por el pensamiento y vida de la actualidad mundial.


Una virtud de Mons. Dupuy es el haber sido hombre de estudio e investigación. Producto
de ello, son los varios libros en los que recoge las intervenciones de los Papas y de los
responsables ante los organismos internacionales sobre los temas más disímiles de la
realidad sociopolítica, económica, cultural, ecológica y religiosa de los años
postconciliares. Un verdadero arsenal de documentación muy útil para analizar la realidad mundial. En Venezuela nos queda el libro que recoge sus intervenciones como nuncio y como pastor en sus visitas a casi todo el país. Y, en estos últimos años de jubilación que no de quehacer continuo, ha publicado las breves y enjundiosas homilías ante la Gruta. Su amor por nuestra tierra lo ha llevado a editar en edición castellana esas breves homilías, muy ricas y sugerentes porque cuestionan nuestro actuar como creyentes ante la realidad mundial.


Como botón de muestra, este trozo de la que pronunció el 3 de julio en la Gruta de la Virgen: ¡la paz! Ucrania es el último ejemplo de las perversiones que se pueden padecer. Hace cuarenta años, la Comisión de los derechos humanos, en Ginebra, la Santa Sede lanzaba esta advertencia: “nuestra generación podrá pasar a la historia como una generación perversa que ha querido predicar los derechos humanos pero que no ha sabido practicarlos”.


En Lourdes todo el que llega encuentra en él un amigo y consejero, un confesor cercano y comprensivo. Los venezolanos, que los lleva en su mente y corazón, son recibidos como hermanos queridos, pues nunca se ha desprendido de seguir el acontecer de nuestra tierra. Aquí, sus muchos amigos, lo recuerdan y oran por su salud y bienestar, esperando la ocasión de peregrinar a la bella tierra de Lourdes para darle un abrazo. Ad multos annos, querido D. André.
43.- 13-7-22 (4181)

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