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Reflexión al I Domingo de Cuaresma

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REFLEXIÓN

Lecturas:
Gn 2, 7-9; 3, 1-7. Salmo 50. Rm 5, 12-19
Evangelio: Mt 4, 1-11


El evangelio de este primer domingo de cuaresma inicia con estas palabras: “En aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio”. Éste en tres ocasiones busca la
prevalencia de sus ofrecimientos, y, en tres ocasiones Jesús se las rechaza haciéndole notable quien realmente tiene predominio: Dios. Esto despeja una clara enseñanza: la de impedir apartarnos del centro
divino al cual pertenecemos, y así evitar el desconocimiento de nuestra propia finitud.

El evangelio recalca de Jesús, al final tuvo hambre. Esta frase no patrocina una verdad parcial; Jesús siente realmente esa sensación del organismo, pero también demuestra que ella no es el objeto de su preocupación última: “no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”.


El tentador, apoyándose en cosas concretas, hambre, pan, piedras, grandeza de los reinos, propone a Jesús el darles valor infinito y erigirlas como ídolos. Buscó ofrecerle abundancia al que, como dice San Agustín, nada le falta ni nada le sobra. Por supuesto, Jesús muestra todo lo contrario: que la pobreza no se convierta en el deseo voraz de conseguir la opulencia, porque las numerosas imprecisiones con las que tal opulencia suele perseguirse, extrañan al hombre de su genuina humanidad, de la creada y conservada por Dios, encarnando las formas dañinas de todo poder ilimitado; utilizando en provecho propio todo cuanto se le antoja.


Las tentaciones afrontadas reciamente por Jesús nos indican: la tentación no acota la riqueza humano-moral del hombre pero sí el pecado, porque éste al que aquella pretende transferirlo, sumergirlo y esclavizarlo, lo humilla ante una razón deshumanizada, ante una especie de no-yo; no- hombre.


A menudo nos sentimos tentados a centrarnos en nosotros mismos; ligar la entera realidad a nuestro propio yo, a la riqueza material más que a la gracia de Dios, tema cardinal de la segunda lectura de hoy (Rm 5, 12-19). Las acechanzas artificiosas (tentaciones) siempre tendrán un carácter desafiante, pero a la vez la oportunidad imprescindible de combatirlas según un testimonio vital y preciso: el de Cristo.

En la clara experiencia del desierto, que representa el rigor de las pruebas, Jesús acentúa una actitud fundamental: que las tentaciones, por un lado, no anulan nuestra libertad ni nuestra responsabilidad; y, por otro lado, que en ellas nuestra condición humana no es una mera situación hipotética, una ilusoria conciencia, sino una conciencia práctica, con la cual ejercitamos el poder de la libertad, aunque finita, para decidirnos por el bien o por el mal, por Dios o contra Dios.

El pan, las piedras, los reinos, no son quienes nos hablan ni nos definen; pero quien accede a definirse exclusivamente por ellos hace que poco a poco sea sometido a servidumbre.

En consecuencia, Jesús desde la experiencia fatigosa del desierto, nos pide ser libres y responsables, para que la gracia de Dios sea efectiva en nosotros, y para que apoyados rotundamente en ella exclamemos: “Retírate, satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo servirás”; suplicando al unísono con las mismas palabras del salmista: “no me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu” (Salmo 50). Que este tiempo de cuaresma no se nos transforme en rutina espiritual;
sino en tiempo de meditación y profunda evaluación personal. El Señor nos colme con su gracia y bendición.

Pbro. Horacio Carrero

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Padre Horacio Carrero

Doctor en Filosofía - Profesor del Seminario San Buenaventura de Mérida

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