Exégesis de la primera lectura del vigésimo primer domingo del tiempo ordinario: Is 22,19-23
Introducción
Vamos a analizar el texto de la primera lectura del trigésimo primer domingo del tiempo ordinario, tomado del libro de Isaías, capítulo 22, versículos 19 a 23. Este pasaje forma parte de una serie de oráculos contra las naciones que rodeaban a Judá, y en particular contra Jerusalén, la ciudad santa. El profeta Isaías denuncia la infidelidad del pueblo elegido y anuncia el castigo divino que se avecina. Sin embargo, también hay un mensaje de esperanza, pues Dios promete establecer un nuevo orden con un nuevo administrador fiel, que tendrá la autoridad y la responsabilidad de cuidar de la casa de David.
Contexto histórico y cultural
El libro de Isaías se compone de tres partes principales: el Proto-Isaías (capítulos 1-39), el Deutero-Isaías (capítulos 40-55) y el Trito-Isaías (capítulos 56-66). El texto que nos ocupa pertenece al Proto-Isaías, que se sitúa en el siglo VIII a.C., durante el reinado de los reyes Ozías, Jotam, Acaz y Ezequías de Judá. Fue una época de crisis política, social y religiosa, marcada por las amenazas de los imperios asirio y babilónico, que pretendían dominar toda la región. Judá se vio obligada a pagar tributos y a someterse a las alianzas impuestas por estos poderes. Esto provocó una pérdida de identidad y de confianza en Dios por parte del pueblo judío, que se dejó seducir por las costumbres paganas y la idolatría.
El capítulo 22 de Isaías se conoce como el "oráculo sobre el valle de la visión", que es una forma poética de referirse a Jerusalén. El profeta describe la situación de la ciudad como un escenario de desolación y lamento, pues ha sido asediada por los enemigos y está al borde de la caída. Los habitantes de Jerusalén no han sabido reconocer los signos de los tiempos ni han buscado la ayuda de Dios, sino que han confiado en sus propios recursos humanos y materiales. Han construido murallas, acueductos y almacenes, pero han descuidado la justicia, la misericordia y la fidelidad al Señor. Por eso, Isaías les anuncia que su orgullo será humillado y que su gloria será mancillada.
Análisis literario y teológico
El texto que leemos en la liturgia se centra en la figura de Sebna, el mayordomo o administrador de la casa real de David. Se trata de un personaje histórico que aparece también en otros pasajes bíblicos (2 Re 18,18.26.37; 19,2; Is 36,3.11.22; 37,2). Según algunos estudiosos, Sebna era un extranjero que había llegado a ocupar un cargo importante en la corte del rey Ezequías. Sin embargo, su actitud era arrogante y ambiciosa, pues se había hecho construir un sepulcro suntuoso en lo alto de un monte, como si fuera un rey (Is 22,16). Además, se sospecha que Sebna era partidario de una alianza con Egipto para enfrentarse a Asiria, lo que iba en contra de la voluntad de Dios expresada por el profeta Isaías.
El oráculo contra Sebna es pronunciado por Dios mismo, que se dirige a él con un tono severo y sarcástico. Dios le reprocha su soberbia y su deslealtad, y le anuncia que será destituido de su cargo y expulsado del país. Su sepulcro será profanado y su memoria borrada. En su lugar, Dios elegirá a otro servidor, llamado Eliaquim, hijo de Hilquías. El nombre Eliaquim significa "Dios establece" o "Dios levanta", lo que indica que se trata de una persona designada por Dios mismo para cumplir su plan. Eliaquim será revestido de las insignias propias de su función: el manto, el cinturón y la llave. La llave simboliza el poder de abrir y cerrar, de dar acceso o negarlo, de administrar los bienes y los recursos de la casa real. Eliaquim será un padre para los habitantes de Jerusalén y de Judá, es decir, un protector, un proveedor y un guía. Será como un clavo firme insertado en un lugar seguro, que sostiene todo el peso de la familia. Su autoridad y su fidelidad serán reconocidas por todos, tanto por los que están dentro como por los que están fuera de la casa de David.
El texto de Isaías tiene una dimensión mesiánica, pues anticipa la figura de Jesucristo, el descendiente de David, que vino a establecer el reino de Dios en la tierra. Jesús es el verdadero mayordomo o administrador fiel, que tiene la llave de David, que abre y nadie cierra, que cierra y nadie abre (Ap 3,7). Él es el que nos da acceso al Padre y a su gracia. Él es el que cuida de su Iglesia y de sus miembros con amor y misericordia. Él es el que nos sostiene con su poder y su presencia. Él es el que nos llama a participar de su reino y a colaborar con su plan.
Salmo 137
Este salmo es una oración de acción de gracias por la liberación de los judíos del exilio babilónico. El salmista expresa su amor y fidelidad a Jerusalén, la ciudad santa, y pide a Dios que castigue a los enemigos que la destruyeron.
Detalles culturales y religiosos
En el versículo 1, el salmista dice: "Junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia de Sión". Esto refleja la tristeza y el anhelo de los judíos que fueron deportados a Babilonia por el rey Nabucodonosor en el año 587 a.C. Sión es otro nombre para Jerusalén, el centro de la vida religiosa y política de Israel.
En el versículo 3, el salmista dice: "Allí, los que nos tenían prisioneros nos pedían que cantáramos; los que nos atormentaban, que los divirtiéramos: «¡Cántenos un canto de Sión!»". Esto muestra la burla y el desprecio de los babilonios hacia los judíos, que les exigían que cantaran las canciones sagradas de su tierra natal en un lugar pagano.
En el versículo 5, el salmista dice: "Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha". Esto significa que el salmista prefiere perder su capacidad de escribir, tocar instrumentos o hacer cualquier cosa útil, antes que olvidar a Jerusalén. La mano derecha era considerada la más importante y honorable en la cultura hebrea.
Análisis filológicos de curiosidades semánticas
En el versículo 4, el salmista dice: "¿Cómo cantar un canto del Señor en tierra extranjera?". La palabra hebrea para "canto" es שיר (shir), que también significa "poema" o "oda". La palabra hebrea para "Señor" es יהוה (YHWH), el nombre sagrado e inefable de Dios, que se pronuncia como "Yahvé" o "Jehová". La palabra hebrea para "tierra" es ארץ (eretz), que también significa "país" o "región". La palabra hebrea para "extranjera" es נכריה (nokhriyah), que también significa "ajena" o "extraña".
En el versículo 7, el salmista dice: "Recuerda, Señor, contra los edomitas el día de Jerusalén, cuando decían: «Arrásenla, arrásenla hasta los cimientos»". La palabra hebrea para "recuerda" es זכר (zakhar), que también significa "memorizar" o "tener en cuenta". La palabra hebrea para "contra" es על (al), que también significa "sobre" o "encima". La palabra hebrea para "edomitas" es אדומים (edomim), que son los descendientes de Esaú, el hermano gemelo de Jacob. Los edomitas eran enemigos históricos de Israel, y se alegraron de la caída de Jerusalén. La palabra hebrea para "día" es יום (yom), que también significa "tiempo" o "época". La palabra hebrea para "arrásenla" es ערו (aru), que también significa "desnudenla" o "exponganla".
La profundidad de la sabiduría de Dios
En esta lectura, el apóstol Pablo expresa su admiración por el plan de Dios para salvar a toda la humanidad, tanto a los judíos como a los gentiles. Pablo usa un lenguaje poético y retórico para alabar la riqueza, la sabiduría y el conocimiento de Dios, que son insondables e inescrutables para la mente humana.
¿Quién conoció el pensamiento del Señor?
Pablo cita al profeta Isaías (40,13), que plantea una pregunta retórica para mostrar que nadie puede aconsejar o instruir a Dios, pues él es el único que conoce todas las cosas. La palabra griega que usa Pablo para "pensamiento" es νοῦς (nous), que significa también mente, inteligencia o entendimiento. En el hebreo original, la palabra es רוּחַ (ruaj), que significa también espíritu, aliento o viento. Así, Pablo resalta que el espíritu de Dios es superior al de los humanos, y que sus caminos son misteriosos e impredecibles.
¿Quién fue su consejero?
Pablo cita también al profeta Jeremías (23,18), que denuncia a los falsos profetas que se atribuyen haber visto o escuchado la palabra de Dios, cuando en realidad no han estado en su consejo. La palabra griega que usa Pablo para "consejero" es σύμβουλος (symboulos), que significa también asesor, ayudante o cómplice. En el arameo original, la palabra es סוֹד (sod), que significa también secreto, misterio o confidencia. Así, Pablo sugiere que Dios no necesita de nadie para revelar su voluntad, pues él la guarda en su intimidad.
¿A quién le debe algo?
Pablo hace una alusión al libro de Job (41,3), donde Dios le pregunta al patriarca si alguna criatura le ha dado algo a cambio de sus favores, o si le debe algo por sus beneficios. La palabra griega que usa Pablo para "debe" es ὀφείλω (opheilō), que significa también deber dinero, estar obligado o tener una deuda. En el hebreo original, la palabra es חוֹב (job), que significa también deber tributo, estar en falta o tener culpa. Así, Pablo indica que Dios no tiene ninguna dependencia o compromiso con sus criaturas, pues él es el dueño y señor de todo.
De él, por él y para él
Pablo concluye su himno de alabanza con una doxología o fórmula de gloria, donde reconoce que todo proviene de Dios, se sostiene por Dios y se dirige a Dios. La palabra griega que usa Pablo para "todo" es τὰ πάντα (ta panta), que significa también todas las cosas, el universo o la totalidad. En el hebreo original, la palabra es הַכֹּל (hakol), que significa también todo lo que existe, lo más importante o lo esencial. Así, Pablo afirma que Dios es el origen, el medio y el fin de toda la realidad, y que por eso merece toda la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Exégesis de Mt 16,13-20
Contexto histórico y religioso
En este pasaje del evangelio de Mateo, Jesús se encuentra con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, una ciudad pagana al norte de Galilea. Allí les hace una pregunta crucial: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?". Los discípulos le responden con las opiniones que circulaban entre el pueblo: que era Juan el Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas. Pero Jesús quiere saber qué piensan ellos, y les pregunta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Entonces Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, le confiesa: "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo". Jesús le felicita por su fe y le da un nombre nuevo: Pedro, que significa roca. También le promete que sobre esa roca edificará su Iglesia, y que le dará las llaves del reino de los cielos, para que lo que ate o desate en la tierra sea atado o desatado en el cielo. Finalmente, les ordena que no revelen a nadie que él es el Mesías.
Este texto tiene una gran importancia teológica y eclesiológica, pues muestra la identidad de Jesús como el Hijo de Dios y el Mesías esperado por Israel, y la misión de Pedro como el fundador y líder de la Iglesia. También revela el origen divino de la fe cristiana, que no se basa en la razón humana sino en la revelación del Padre. Además, expresa la autoridad de Pedro y sus sucesores, los papas, como los garantes de la unidad y la ortodoxia de la Iglesia.
Análisis filológico
El texto griego original presenta algunas curiosidades semánticas que merecen ser comentadas. Por ejemplo, cuando Jesús pregunta a sus discípulos quién es él, usa dos términos diferentes para referirse a sí mismo: "υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου" (huiós toû anthrṓpou), que significa "Hijo del hombre", y "ἐγώ" (egṓ), que significa "yo". El primero es un título mesiánico que Jesús toma del libro de Daniel (7,13-14), donde se describe una visión de un ser humano glorioso que recibe el dominio sobre todos los pueblos y naciones. El segundo es un pronombre personal que enfatiza la singularidad e importancia de su persona. Así, Jesús contrasta su identidad divina y humana, y desafía a sus discípulos a reconocerla.
Otro aspecto interesante es el juego de palabras que Jesús hace con el nombre de Pedro. En griego, Pedro se dice "Πέτρος" (Pétros), que significa piedra o roca. Pero cuando Jesús dice que sobre esa roca edificará su Iglesia, usa otro término: "πέτρα" (pétra), que significa roca grande o maciza. Algunos han querido ver aquí una diferencia significativa, como si Jesús quisiera distinguir entre Pedro, una piedra pequeña e inestable, y la roca sólida sobre la que se funda la Iglesia, que sería Cristo mismo o la fe de Pedro. Sin embargo, esta interpretación no tiene en cuenta el hecho de que Jesús habló en arameo, no en griego, y que en arameo solo hay una palabra para decir roca: "כֵּיפָא" (kêfâ). De hecho, el evangelista nos dice que Jesús le dio a Pedro ese nombre arameo: "Κηφᾶς" (Kēphâs). Por tanto, no hay ninguna diferencia entre Pedro y la roca sobre la que se edifica la Iglesia: son el mismo.
Finalmente, cabe destacar el uso de las palabras "δέω" (déō) y "λύω" (lýō), que significan atar y desatar. Estos verbos tienen un sentido jurídico y rabínico, pues se refieren a la facultad de interpretar la ley y de declarar lo que es lícito o ilícito, permitido o prohibido. Jesús le otorga a Pedro este poder, que implica una gran responsabilidad y autoridad. Además, le asegura que lo que él haga en la tierra tendrá validez en el cielo, lo que indica una comunión entre la voluntad de Dios y la de Pedro. Así, Jesús le confiere a Pedro el primado sobre la Iglesia y la potestad de gobernarla según el plan divino.
Texto generado con IA
Si quieres conocer otros artículos parecidos a Análisis de las lecturas del próximo domingo XXXI del Tiempo Ordinario - Domingo 27 de Agosto de 2023 puedes visitar la categoría Liturgia.
Deja una respuesta
Contenido Relacionado